Octavius Fasbender: The untold story
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Octavius Fasbender: The untold story
Octavius Fasbender nació en una aldea cerca de Hillsfar, en la región de Cormanthor al norte de Faerûn.
Desde bien pequeño ya manifestó su devoción por Tempus, dios de la guerra y la batalla, ya que cada mañana libraba un enconado combate con su madre para evitar que lo sacaran de la cama para ir a la escuela.
No era precisamente un hijo modélico, ya que muchos días, fingiendo ir a la escuela, se deslizaba a hurtadillas en la bodega de la posada del pueblo para dedicarse a la cata indiscriminada de todo tonel con la palabra “vino” escrita en la tapadera. Sus regresos al hogar en aquestas circunstancias eran la comidilla de todo el pueblo, ya que todo el trayecto iba acompañado de farfullos ininteligibles, flatulencias estruendosas, convulsiones, babeos, rostro abotargado, mirada vidriosa y gestos obscenos hacia la concurrencia. En consecuencia, las majestuosas cogorzas del buen Octavius fueron erróneamente interpretadas por sus afligidos progenitores, que creyeron que su vástago había sido poseído por algún espíritu diabólico (los intentos de explicar con lengua de trapo a sus padres que todo era fruto de unos “tientos” de más, mientras se estrellaba con todo mueble que había entre la puerta de la casa y su cama, y expelía una ventosidad ininterrumpida durante más de un minuto no hicieron más que reforzar la susodicha teoría ).
Aterrados ante la posibilidad de ser los padres de “la niña del Exorcista”, consultaron con los ancianos del pueblo, que unánimemente convinieron que lo mejor sería ingresar al muchacho en un convento dedicado al dios Tempus. El ambiente de recogimiento y espiritualidad, unido al ejercicio marcial limpiarían el alma del chico y expulsaría a cualquier entidad demoníaca que pudiera poseerlo.
Y así, sin apenas tiempo de recuperarse del último coma etílico, empezó su andadura por el mundo de la clerecía. Los primeros años fueron de duro aprendizaje, tanto en lo teológico como en lo marcial. El manejo del martillo de guerra y el estudio de las artes arcanas propias de su clase despertaron en él gran interés, pero en lo referente a la espiritualidad, el recogimiento y la devoción propios de un religioso.... vamos, que no eran su fuerte. Su actitud algo alejada de los cánones de la orden la valieron más de una reprimenda, siendo la más severa la que fue motivada al ser sorprendido haciendo pipí en la pileta de agua bendita. Pero su imparable carrera hacia el desastre se selló el día en que vio por primera vez a la sobrina del Prior, dama de buena familia y buenas domingas, que rápidamente atrajo la atención del buen Octavius (que descubrió de repente una nueva acepción para el término “Homo Erectus”), dedicado en cuerpo y alma a partir de aquel día a idear las mil y una estrategias para llevarla al huerto.
Poco a poco, a base de zalamería, lisonja y demás despliegue de sutiles medios, logró camelarse a la sobrina. Al principio, sus amancebamientos nocturnos en la despensa del convento fueron de una discreción digna de un maestro de espías. Pero la noche de la festividad de Nuestra Señora del Abrigo de Pana, en que el vino corrió más de lo que fuere menester, fueron sorprendidos por el Prior, que acudió atraído por el escándalo que se oía en la despensa. Creyendo que eran ladrones, abrió de golpe la puerta blandiendo un pesado martillo de guerra y quedó petrificado al contemplar la escena: un individuo, en pelota picada y con unas enaguas en la cabeza como si fueran la mitra de un obispo diabólico “cabalgaba” sobre su sobrina, así mismo en porretas, berreando cual poseso: “Pastora! Como se t’escape una oveja bajo y te jo%&...!”, y su sobrina contestaba canturreando entre jadeos “Ojalá s’escapen toooas, p’a que bajes y me joo$%s...!”. La visión de aquel putiferio fue demasiado para el pobre Prior, que sufrió una apoplejía que casi lo envía a conocer en persona al propio Tempus.
Días más tarde, recuperado ya el buen hombre del paralís, se reunió el Consejo de la orden para tratar sobre tan escandaloso tema. El resultado del cónclave: la sobrina, a un convento de clausura y Octavius, a la puta calle, es decir, expulsado del convento más no así de la orden, y su penitencia sería vagar por esos mundos de dios, desfaciéndo entuertos y llevando a todos los rincones de Faerûn la fe y la esperanza.
Octavius acató la decisión del consejo y partió a proclamar la palabra del dichoso Tempus . Con su martillo de guerra, su libro de sortilegios y un pequeño hatillo con sus pertenencias, abandonó el convento en actitud sumisa y de franco arrepentimiento ..... actitud que mandó a hacer gárgaras una vez perdido de vista el cenobio. Al fin libre de agobiantes normas, sotanas y rezos a todas horas!
Con paso decidido, avanzó por el camino hacia lo desconocido, con la firme determinación de convertir la mendicidad en un arte, a romperle la crisma a todo aquel que osara causar daño a los indefensos, a robar a los pobres, o a abusar por la fuerza de doncellas, mancebos o animales de granja. Llevaría curación donde hubiera dolor y enfermedad. Llevaría alimento donde hubiera hambre. Llevaría al huerto a cualquier doncella de moral “alegre” que no dudara en aceptar los favores de un clérigo de sotana fácil .
Si, sería un buen clérigo... pero con algún que otro “leve” matiz.
Desde bien pequeño ya manifestó su devoción por Tempus, dios de la guerra y la batalla, ya que cada mañana libraba un enconado combate con su madre para evitar que lo sacaran de la cama para ir a la escuela.
No era precisamente un hijo modélico, ya que muchos días, fingiendo ir a la escuela, se deslizaba a hurtadillas en la bodega de la posada del pueblo para dedicarse a la cata indiscriminada de todo tonel con la palabra “vino” escrita en la tapadera. Sus regresos al hogar en aquestas circunstancias eran la comidilla de todo el pueblo, ya que todo el trayecto iba acompañado de farfullos ininteligibles, flatulencias estruendosas, convulsiones, babeos, rostro abotargado, mirada vidriosa y gestos obscenos hacia la concurrencia. En consecuencia, las majestuosas cogorzas del buen Octavius fueron erróneamente interpretadas por sus afligidos progenitores, que creyeron que su vástago había sido poseído por algún espíritu diabólico (los intentos de explicar con lengua de trapo a sus padres que todo era fruto de unos “tientos” de más, mientras se estrellaba con todo mueble que había entre la puerta de la casa y su cama, y expelía una ventosidad ininterrumpida durante más de un minuto no hicieron más que reforzar la susodicha teoría ).
Aterrados ante la posibilidad de ser los padres de “la niña del Exorcista”, consultaron con los ancianos del pueblo, que unánimemente convinieron que lo mejor sería ingresar al muchacho en un convento dedicado al dios Tempus. El ambiente de recogimiento y espiritualidad, unido al ejercicio marcial limpiarían el alma del chico y expulsaría a cualquier entidad demoníaca que pudiera poseerlo.
Y así, sin apenas tiempo de recuperarse del último coma etílico, empezó su andadura por el mundo de la clerecía. Los primeros años fueron de duro aprendizaje, tanto en lo teológico como en lo marcial. El manejo del martillo de guerra y el estudio de las artes arcanas propias de su clase despertaron en él gran interés, pero en lo referente a la espiritualidad, el recogimiento y la devoción propios de un religioso.... vamos, que no eran su fuerte. Su actitud algo alejada de los cánones de la orden la valieron más de una reprimenda, siendo la más severa la que fue motivada al ser sorprendido haciendo pipí en la pileta de agua bendita. Pero su imparable carrera hacia el desastre se selló el día en que vio por primera vez a la sobrina del Prior, dama de buena familia y buenas domingas, que rápidamente atrajo la atención del buen Octavius (que descubrió de repente una nueva acepción para el término “Homo Erectus”), dedicado en cuerpo y alma a partir de aquel día a idear las mil y una estrategias para llevarla al huerto.
Poco a poco, a base de zalamería, lisonja y demás despliegue de sutiles medios, logró camelarse a la sobrina. Al principio, sus amancebamientos nocturnos en la despensa del convento fueron de una discreción digna de un maestro de espías. Pero la noche de la festividad de Nuestra Señora del Abrigo de Pana, en que el vino corrió más de lo que fuere menester, fueron sorprendidos por el Prior, que acudió atraído por el escándalo que se oía en la despensa. Creyendo que eran ladrones, abrió de golpe la puerta blandiendo un pesado martillo de guerra y quedó petrificado al contemplar la escena: un individuo, en pelota picada y con unas enaguas en la cabeza como si fueran la mitra de un obispo diabólico “cabalgaba” sobre su sobrina, así mismo en porretas, berreando cual poseso: “Pastora! Como se t’escape una oveja bajo y te jo%&...!”, y su sobrina contestaba canturreando entre jadeos “Ojalá s’escapen toooas, p’a que bajes y me joo$%s...!”. La visión de aquel putiferio fue demasiado para el pobre Prior, que sufrió una apoplejía que casi lo envía a conocer en persona al propio Tempus.
Días más tarde, recuperado ya el buen hombre del paralís, se reunió el Consejo de la orden para tratar sobre tan escandaloso tema. El resultado del cónclave: la sobrina, a un convento de clausura y Octavius, a la puta calle, es decir, expulsado del convento más no así de la orden, y su penitencia sería vagar por esos mundos de dios, desfaciéndo entuertos y llevando a todos los rincones de Faerûn la fe y la esperanza.
Octavius acató la decisión del consejo y partió a proclamar la palabra del dichoso Tempus . Con su martillo de guerra, su libro de sortilegios y un pequeño hatillo con sus pertenencias, abandonó el convento en actitud sumisa y de franco arrepentimiento ..... actitud que mandó a hacer gárgaras una vez perdido de vista el cenobio. Al fin libre de agobiantes normas, sotanas y rezos a todas horas!
Con paso decidido, avanzó por el camino hacia lo desconocido, con la firme determinación de convertir la mendicidad en un arte, a romperle la crisma a todo aquel que osara causar daño a los indefensos, a robar a los pobres, o a abusar por la fuerza de doncellas, mancebos o animales de granja. Llevaría curación donde hubiera dolor y enfermedad. Llevaría alimento donde hubiera hambre. Llevaría al huerto a cualquier doncella de moral “alegre” que no dudara en aceptar los favores de un clérigo de sotana fácil .
Si, sería un buen clérigo... pero con algún que otro “leve” matiz.
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